Estos trabajos de Adriana Guezuraga tienen un doble
origen, en primer lugar una verdadera
vocación “americanista” que cultiva la artista desde hace décadas y muestra en
toda su obra sea textil, pictórica,
escultórica o en la práctica sostenida de la fusión de todas ellas; y,
en segundo lugar, pero no en orden de importancia, en sus ivestigaciones y
lecturas que viene realizando, también desde hace décadas, y que han nutrido sus imágenes otorgándoles
el valor de ser parte de la memoria de las civilizaciones más antiguas de estas
tierras a las que llamamos América hispana.
Puntualmente aquí en este
proyecto ya ejecutado, “Bodas Incas”,
dos son las fuentes que declara: Nueva crónica y buen gobierno de
de Felipe Guaman Poma de Ayala (1534-1615) y los Comentarios reales de
Garcilaso de la Vega (1539-1616) ambos nacidos en Perú y contemporáneos, pero
los escritos del primero fueron recién encontrado a comienzos del siglo XX en
la Biblioteca Real de Copenhague y editados por primera vez en 1936. De la mano
de letras y dibujos de ambos ha
construido escenas de la vida cotidiana de los Incas -no sólo de las
bodas-, con meticulosidad en el tratamiento de los materiales, en el detenerse
en los detalles pequeños, en la esmerada elección de colores y en la dinámica
de cada composición. No las grandes
construcciones o monumentos, que los hay, sino la filigrana del vivir de cada
día, ese “cada día” que construye la
cultura de los pueblos, ese “cada día”
que destruye sistemáticamente todo intento de diferenciación valorativa de los
pueblos porque se compone del amar, del nacer, del rezar, del comer, del reir y
del morir, siempre diferente pero siempre análogo entre unos y otros. Ese
narrar “cada día” que borra cualquier
intento de calificar, en este caso al pueblo inca, de salvaje.
Estas escenas, por otro lado, tan
cotidianas y bellas nos lanzan, aun sin que la artista se lo proponga, a la otra escena, la que no está
representada, a la escena ausente que destruyó a todas estas, la escena del encuentro
violento, genocida, bárbaro que arrasó aquella vida cotidiana, que impuso usos
y costumbres, creencias y saberes. Sin embargo, aquella no desapareció y aunque
la cristiana occidental fue hegemónica, no pudo evitar la persistencia
exquisita de la otra que es lo que evoca Adriana Guezuraga.
Somos el resultado de ambas
historias; como lo es esta propuesta narrativa: objetos del arte contemporáneo
(occidental), que cuentan, imaginan, recrean
cómo fueron, cómo vivieron, cómo amaron y murieron los incas
reconociéndolos como parte de nuestra memoria identitaria.
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